Babylon, el otro lado del sueño americano

Después de la sorpresa de “Whiplash”, una batalla íntima entre profesor y alumno al mejor estilo “Reto al destino”, Demien Chazelle probó contar una historia de amor que desbordaba, esa es la palabra correcta, en todo sentido. En ambas repetía un tema, además del musical: contaba el después de sus personajes. En el mejor sentido “La La Land” era una propuesta simple de chico conoce chica, se enamoran y las ambiciones de ambos se interponen en el camino. Chazelle la adornó con canciones, pero  armó un reparto que no era conocido por esta clase de obras, sorprendiendo doblemente con el resultado. Su tercer filme, una biografía sobre Neil Armstrong, no sólo tenía una inusitada fuerza dramática dada la sobriedad del sujeto, sino también una espectacular variedad de recursos técnicos.

No es el caso de “Babylon”. Ni los incontables planos secuencias, ni la desmesurada cantidad de extras al servicio de prolongadísimas escenas, ni el impecable seleccionado de intérpretes, ni la banda sonora, ni la cuidada ambientación y fotografía salvan a este pastiche de tres horas y poco más.

En el aire flotan las múltiples anécdotas de las versiones de “Hollywood Babylon” de Kenneth Anger, con sus fotografías explícitas, contando la salvedad de que algunas sean ciertas y otras exageradas. Surge la magnífica meca antes de que el sonido se apodere de ella, y las obvias referencias a “Cantando bajo la lluvia” (que en “Babylon” sirve de inspiración y exposición) y a “Sunset Boulevard”. Pero el exceso que muestra “Babylon” es el que se apodera de la historia al minuto de proyección con una deposición de proporciones literalmente elefantinas. A lo que continúan varias más, alguna significativamente también asociada con animales, de dudoso gusto.

Toda esta maquinaria en la que el presupuesto delira tiene por misión contar la historia de hombres y mujeres conectados, de una forma u otra, al séptimo arte. De algunos Chazelle opta por nombrarlos (William Hearst, Irving Thalberg), otros (John Gilbert, Ida Lupino, Anna May Wong, Josef von Sternberg, Wallace Beery, Hedda Hooper o Louella Parsons) los disfraza tal vez por querer hacer su propia versión, al estilo Tarantino. Pero esta mezcla de orgías, comedia y drama, en la que la droga, el sexo, la mafia y las noticias rigen el Star System se estrella con considerable velocidad contra sí misma.

A diferencia de sus anteriores películas, Chazelle optó por abarcar un sinnúmero de situaciones que, en apariencia, muestran un camino, pero éste llega a ninguna parte cuando el director, teniendo en su haber a Brad Pitt o a Margot Robbie, decide darle a Diego Calva la responsabilidad de cerrar el argumento con un supuesto homenaje al cine (¿en un intento fallido de revivir “Cinema Paradiso”?) que parece no terminar nunca. Abrumadora por donde se la mire, poco y nada queda de lo que “Babylon” quiere contar, dejando a las leyendas olvidadas, a pesar del discurso de Jean Smart sobre la inmortalidad del cine, por no haberles puesto nombre o por haber privilegiado el espectáculo antes de la trama.

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