La historia entre un adolescente y un hombre dedicado a las artes adivinatorias, es el resumen de “El Brujo”, la novela del sanjuanino Elio Azerrad, pero dejemos que el mismo autor nos cuente un poco más sobre su trama.
ER-¿Cuál ha sido el punto de partida de tu novela?
EA-La intención primaria fue relatar la estructura tradicional con la que se formaron los pueblos del interior del país tanto en lo edilicio como en lo cultural y social. Pretendía dibujar con palabras las escenas y escenarios de una época que ya no es la actual y que dio lugar a la nueva conformación de la sociedad de esos mismos pueblos, cincuenta años después. Los cambios en los hábitos y costumbres, la pérdida de algunos espacios que eran de alto impacto en esas ciudades y que cayeron en desuso por el acceso a la vida que hoy conocemos como habitual. El cambio de ritmos, de códigos de convivencia, de respeto por las instituciones de toda índole (el brujo era una institución también) y por los principios de lealtad a las convicciones. La intención fue contar cómo fue antes de ser como es.
ER-¿Quién es el modelo para Joaquín?
EA-El modelo es el personaje social que está comprometido con su época, su gente, sus principios y por encima de todo, con su deseo. Él viene a representar en cierto modo el espíritu de justicia y orden ético de una comunidad, y se rebela frente a todo lo que escape a ese orden, bajo la anarquía de un proceder y cierto grado de rebeldía con la imposición por la fuerza en todos los planos de lo social, político y discriminatorio. No acepta lo impuesto si cree que no se ajusta a lo ético. Eso lo pone en un espacio de cierta alienación que lejos de padecer la disfruta. Sabe a ciencia cierta que el precio de la libertad muchas veces va por la soledad.
ER-Para el pibe es un camino de iniciación en todo sentido, ¿lo pensaste así desde el principio?
EA-Sí, imaginé un pibe que está viviendo en un pueblo más chico que sus expectativas y anhelos de pensamiento e intelectualidad, él se le proponen como un imperativo interno, buscando salidas no tradicionales a un malestar con la cultura de su época. No gustoso de los hábitos de sus contemporáneos, comparte con El Brujo ese secreto deleite por no pertenecer a los cánones de lo normal, lo establecido, lo esperable, y lo condenable en cierto modo también. Eso lo lleva a buscar lo que está al margen de la habitualidad, en la literatura, el erotismo, la brujería y el atrevimiento a salir de la comodidad de los hábitos adolescentes y comprometerse con hábitos de una suerte de adultez que la vida le obliga a tomar. Para eso debe ser iniciático en amplio sentido.
ER-En el libro se hace hincapié en el aprendizaje del Brujo, sin embargo la relación entre ambos pasa a ser otra, ¿cuándo lo decidiste?
EA-Lo decidí cuando me di cuenta que la novela iba camino a ser un relato esperable, predecible de lo que propondría la página siguiente. Creí y creo haber logrado que muchas veces el lector vuelva sobre las hojas leídas a rever algo de lo sucedido o imaginado por los protagonistas, para poder entender lo que en ese momento iba descubriendo de la trama. Volví sobre todo el argumento para incorporar aspectos de la familiaridad, que terminan explicando la actitud de El Brujo con el pibe desde el primer día. Le faltaba algo que diera cuenta de que el adulto de la relación contaba con más información que el adolescente…, otro de los tantos aspectos que se han perdido en la actualidad.
ER-Epicuro es un autor central en la trama, apareció en un momento o ya tenías pensado incluirlo como tema filosófico?
EA-Epicuro me vino a dar lo que yo buscaba en la filosofía hasta que lo encontré. Como siempre, la filosofía tiene ya casi todas las preguntas hechas y algunas respondidas, parcialmente. Aún así, son por lejos más aptas que los pensamientos de los humanos en acto espontáneo. Mi intención de explicar los aspectos por los que lo incluyo podían venir de la filosofía o del psicoanálisis y preferí albergarme en la primera, menos compleja y más apta para digerir el medio de un relato novelado.
ER-Joaquín dice que estudia a la gente, ¿crees que es un arte en sí?
EA-Creo que la aptitud para observar que dispone cierta gente tiene mucho de vocación y una cuota de arte, sí. Digo arte y digo esa suerte de artesanía al entretejer la mirada y la escucha, lo que oigo y su correlato con las expresiones verbales y no verbales de la gente. Sumado a eso la plusvalía de El Brujo de disponer de información cruzada entre la gente que lo visitaba y que le armaba un collage social inmejorable.
ER-¿Cómo te planteaste el derrotero del protagonista a su retorno al pueblo?
EA-El protagonista, uno de ellos, porque mi intención (no sé si lograda) era una novela con dos protagonistas, debía volver para ratificar que fue acertado irse, que ese entorno que promovía a la evocación de una época y un sentimiento de un lapso de su vida, era una condición suficiente pero no necesaria para ir por sus sueños y luego poder volver a mirar de dónde partió. La condición insalvable era volver para reconocer que el terruño no es, ni por lejos, un destino, aunque sí un anclaje emocional del que nunca uno se termina de deshacerse, aun si esa fuese la intención. “La única patria que tiene el hombre es su infancia” bien decía Rainer María Rilke.
ER-¿Por qué elegiste ese pueblo como escenario?
EA-En realidad imaginé un pueblo típico del interior, con la vieja estructura edilicia y social de fuerte raigambre española, con sus historias y sus leyendas a flor de piel, enmarcado en la fisonomía que le daba impulso a su ritmo cotidiano, las calles y su gente, los hábitos y también la infaltable identidad comparativa con pueblos cercanos, distintos, confrontables, incompatibles, pueblo con el cual competir en lo bueno y en lo malo. Y el escenario resultaba necesario para poder expulsar a lo distinto, lo que no cuajaba con los usos y costumbre, tal el caso de el pibe.
ER-Hay un tema fuerte en la familia, ¿podés desarrollarlo?
EA-¡Claro! La familia es el inicio de toda relación y el fin de todo escollo. En la familia la novela asienta la razón de los vínculos, en la elección volitiva de comprometerse de los personajes, de elegirse dentro y fuera de esa familiaridad, optando por no soslayarla a la hora de explicar cómo, cuándo, dónde y por qué el manojo de personajes de la novela entran al relato. Las lazos que se van descubriendo muestran que nada es azar cuando la sangre forma parte de las relaciones y que con más fuerza que en otros vínculos, a estos personajes la familia los atraviesa y les llega a las entrañas.
ER-También se infiltra el tema político, ¿fue una necesidad narrativa o querías un contexto para tus personajes?
EA-El tema de lo político, y no tan sólo político recorre la novela en muchos matices. Hay política de privacidad en El Brujo, política del deseo en los personajes, política de familiaridad, política institucional y también, por qué no decirlo, una política literaria. Entiendo el concepto de política como el conjunto de principios con los que cada sujeto o sociedad se muestra y enmarca sus acciones, todas, habida cuenta de que es un sujeto, siempre, social. Estamos acostumbrados a percibir como política lo que sucede en los espacios de poder, en especial político. Prefiero concebir a la política como esa cosa que hago y decido hacerla bajo un cierto marco, intencionalidad, búsqueda de objetivo y obtención de rédito psíquico.